lunes, 23 de enero de 2017

la profesora de piano



        La profesora de piano (La pianiste) film del austríaco M. Haneke está basado en la novela de la autríaco-judía Elfriede Jelinek, y ambientado en la Austria natal de ambos,  donde la transcurre en la ciudad capital de ese país. En Viena la gente es ordenada, precisa, las calles son muy limpias; todo funciona puntualmente. Sin embargo Viena sigue  incubando una enfermedad profunda e incurable: el fascismo.

        Y es esta misma ideología fascista la que poco a poco irá impregnando al film y a sus personajes con su dialéctica de lo débil y lo fuerte, de la agresión ciega y la impotencia, de la destrucción y la autodestrucción, materializada en el aislamiento, la orden, la prohibición, la vigilancia, la denuncia y la persecución, el castigo y la auto flagelación. Este film tiene además (nadie ignora la admiración que Haneke siente por Bach, aunque se nombren a Schubert y Schumann) una estructura fugal: la fuga se basa en un tema (que en este film es el poder en su variante: dominación-sometimiento-humillación) que se va tocando en distintas voces por lo general son tres (en este caso el triángulo: madre-hija-amante) pero introduciendo "copias" del mismo tema en distintos tonos (más arriba o más abajo). Cuando todas las voces han entrado ya en el juego se acaban las reglas.

Erika (Isabelle Huppert) es la profesora de piano de un prestigioso conservatorio vienés en cuyo recinto domina, somete y humilla a sus alumnos que convirtiéndolos en sus víctimas. Además de haberle dedicado toda su vida a la música, ha vivido prácticamente en cautiverio durante más de cuarenta años atada a los lazos que la unen (a través de una cruel manipulación)  a su verdugo: su madre que se encarga de "vigilar y castigar" a su hija (la llama al conservatorio, controla sus horarios, le revisa la cartera).

Erika no sólo vive recluida con su madre (las dos duermen incluso en la misma cama) dentro de ese lúgubre y asfixiante departamento (una especie de tumba), donde además es prisionera de sus oscuros y nunca satisfechos deseos, lo que lleva a una actitud auto destructiva (por ejemplo lastimarse la vagina con una gilette). Erika, cuando puede escapar del control de su madre,  encuentra satisfacción a través del voyeurismo (espía la relación sexual de una pareja en un autocine) también en las reducidas salas de proyección de videos pornográficos.

Sin embargo aplicará la misma actitud policíaca de su madre (a través de la tortura psicológica) con un alumno al que ha sorprendido fisgoneando avisos "prohibidos" e impedirá de la manera más vil el debut en concierto de una de sus alumnas más dotadas al considerarla una posible competidora.

Pero estos estallidos irracionales de furia contenida no tardarán en volverse contra sí misma, y recrudecerán al involucrarse con Walter (Benoit Magimel) uno de sus más talentosos alumnos, y también la tercera y última voz que se entronca con las otras dos (un poco más arriba) retomando el mismo tema del poder a través del ya repetido circuito de dominación-sometimiento-humillación. Esta relación de amour fou se convertirá en la alegoría de su propia caída, y el triunfo total y absoluto de esta incurable enfermedad que representa todavía aún hoy los resabios del fascismo con su inversión de valores: la búsqueda del amor y de la felicidad van a convertirse en imposibilidad, sufrimiento y auto castigo.

Deformidad,  crueldad,  locura  son  las  constantes  de la filmografía de Haneke que recortadas   contra   la  pulcritud  y  refinamiento  vienés  resultan  aún  más  monstruosas.  No es   frialdad  (de  la  que  muchos  lo  acusan)  sino  austeridad  la base  sobre  la  que  Haneke   se    apoya   para   crear   su   universo   tan   original.  Haneke   en   su   juventud  quiso   ser   músico,   y   si   bien   no  pudo   dedicarse   a   la   música   profesionalmente,    en  cada   uno  de   sus   films   consigue   con   elegancia   (  si   se   entiende   por   elegancia  a  una   economía   de   enunciación),   al    igual   que   los   grandes   músicos    y   matemáticos,  que   una   sola   línea  de   pensamiento   tenga    grandes     implicancias    y   resultados.   "No   tengo   sentimientos,   y   si  alguna   vez   los  tuviera,   no  triunfarían  sobre  mi  inteligencia",  le  dice  Erika  a  Walter.  Y    dónde   hay    inteligencia    hay  bondad  y  belleza,  tomen   las   formas  que  tomen,   incluso  las   de   la   perversión   y   la   crueldad.


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